Todo empezó con un inocente monito de malvavisco que vagaba perdido por un pintarrón y más tarde un francotirador se decidió a apuntarle al corazón con su rifle. Alguién (no recuerdo quien) llegó a defenderlo y así poco a poco se armó una batalla campal y sangrienta (¿mermeladienta?) en el pintarrón de la oficina, que siempre termina siendo más como una herramienta para el desestrés y romper un poco la monotonía laboral.
Aquí pues la evidencia de cómo terminó la imagen final después de varios días.
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