martes, 10 de mayo de 2016

Hoy me pusieron a bailar

La instrucción fue muy clara: sigue el ritmo de la música, mueve tu cuerpo tal y como si quisieras interpretar lo que está entrando por tus oídos. Comencé con una titubeante flexión de rodilla mientras la cadera intentaba recibir el ritmo en forma de señales como choques eléctricos que venían desde la mente, bajando por la espina dorsal. Fluye, fluye como si no hubiese lineamientos, sin importar que tengas dos pies izquierdos. Desplacé la pelvis hacia adelante y los hombros se bajaron, de pronto el peso se desvaneció y bajó por los brazos hasta la punta de los dedos, donde se vaporizaron como gotas de alcohol a la intemperie.
Bailé como los dioses, sin forma ni desatino. ¿Para qué quieres patrones? Aquí no hay ritmos cuadrados ni reglas a seguir. ¿Hasta dónde te van a llevar las líneas que te guían si las ves desapareciendo en el horizonte? No lo sabemos, pero es un mal hábito al que estamos tan acostumbrados, una tensión en la quijada que cede al olvidarnos de quien somos o quienes creíamos ser en un mundo plagado de monstruosas apariencias. Nos sabemos más sabios y capaces y con eso es suficiente. La sonrisa fue natural, el aire más puro. No noté el cansancio pero sí la risa.
Y así la vida, como una pista de baile donde no importan los premios, mucho menos los espectadores.



Ahora cuento las horas para lanzar del nido a nuestro nuevo hijo (Alba, que más bien tiene nombre de hija) y que comience a volar por sí solo aunque más bien se siente como lanzar la casa por la ventana. Cuando terminamos las grabaciones me sentía exhausto, con las baterías agotadas y anímicamente terminado pero sabía que es algo que teníamos que hacer. Dejamos en esas pistas un pedazo de nuestras vidas, una evidencia de nuestro crecimiento. Desde entonces no ha habido un solo día en que no lo escuche al menos una vez para mí mismo y puedo decir que cada vez lo disfruto más.
Alguna vez leí una entrevista (si mal no recuerdo, a los integrantes de The Mars Volta) donde decían que al finalizar un álbum siempre se quedaban ellos con él, lo hacían suyo y después lo entregaban al público para terminar así deshaciéndose de él. Más o menos así me siento y sé que cuando entregue esas canciones lo haré con toda la alegría, la satisfacción y el honor que se merecen.
Mis proyectos y ambiciones siguen creciendo. Tengo fija la mirada y sé por dónde ir, aunque el destino me lleve por otros rumbos que aún desconozco pero que sin duda disfrutaré también de recorrer.
La fotografía de arriba me la tomaron a inicios de febrero en una de las sesiones de grabación que tuvimos. Puedo ver claramente que lucía desalineado, quizás cansado, con el cabello exigiendo un poco de orden. Pero si vemos eso, no estamos enfocando la parte más importante del cuadro: es un hombre que está riendo con un vaso de cerveza acompañado por sus amigos, sonriendo porque está haciendo lo que más disfruta: crear algo en lo que cree con sus propias manos.
Seguiremos bailando, desconozco las circunstancias, los lugares y los acompañantes. Aunque llevemos rumbo dirigido, la aleatoriedad de cada instante nos lleva a nuevos terrenos desconocidos. Pero eso no importa mientras no dejemos de bailar.